La tomadura del pelo del recibo de la luz ¿qué luz (a)pagamos?

 

Ignacio Mártil
Catedrático de Electrónica. Universidad Complutense de Madrid

 

El gobierno nos ha anunciado un nuevo procedimiento para fijar el precio de la parte variable del recibo de la luz; sólo leerlo, ya cansa. Y esto, después de habernos dicho el ministro del ramo a lo largo del año 2013 que, con las medidas tomadas (sustancialmente, el recorte de las primas a las renovables), el déficit de tarifa estaba controlado. La realidad ha mostrado más bien un descontrol de categoría. A lo que parece, no nos han contado toda la verdad, ni siquiera una parte. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Seguramente, el lector está saturado de información relativa a éste asunto, pero seguramente también le falten por conocer aspectos esenciales de la cuestión. Mi intención aquí es tratar de arrojar algo de luz en tan oscuro asunto. Y nada mejor que recordar ciertos detalles sobre cómo se fijaba hasta hace un par de meses el precio de dicho recibo, porque en el futuro una parte del mismo se va a seguir fijando de idéntica manera. Vamos a ello.

Como seguramente usted ya sabe, el recibo de la luz, tal y como lo conocemos hasta la fecha, consta de dos partes: una fija y otra variable, con un peso del 60% la primera y del 40% la segunda. ¿Qué paga usted en cada parte? La parte fija viene determinada por los denominados “peajes”, que son una especie de cajón de sastre donde el consumidor paga por asuntos de lo más variopinto, algunos de ellos bastante desconocidos:

1) El transporte de la energía desde donde se genera hasta donde se consume. (De ese transporte se encarga una empresa semipública, Red Eléctrica Española.)

2) La moratoria nuclear (¿alguien recuerda qué es eso?), una tasa que abonamos desde mediados de los años ochenta del siglo pasado, tras decidir el gobierno del PSOE de aquellos tiempos que no queríamos tener más centrales nucleares en España. Como ya se habían iniciado las obras de varias de ellas, siete para ser precisos, se instauró éste impuesto en los susodichos peajes, a fin de evitarles perjuicios a las empresas implicadas. Durante años, fue una parte significativa del recibo y aún no la hemos terminado de pagar.

3) La financiación del llamado déficit de tarifa. Si el lector ha sacado la conclusión, por lo que ha podido leer o escuchar en los últimos tiempos sobre el asunto, de que esa astronómica cantidad (unos 26.000 millones de euros) es dinero que han perdido las compañías eléctricas, está en un error; no es una pérdida económica de dichas compañías sino que, en su recibo, paga usted una parte del mismo y con toda probabilidad sus hijos y sus nietos lo seguirán haciendo. Continuamos con los peajes;

4) Las primas a las renovables (esencialmente, la eólica, la solar térmica y la solar fotovoltaica), tasa que se instauró para favorecer a estas tecnologías dentro del “mix” energético. Ahora se nos dice que son muy caras y se las acusa de ser las principales responsables del mencionado déficit de tarifa.

Habría que recordar varias cosas: en primer lugar, que España dispone (disponía, más bien) de un tejido industrial con empresas que cubrían toda la cadena de producción necesaria para instalar una planta eólica o solar. Era una de las pocas cosas tangibles que fabricaba éste país, además de automóviles. Aquí hay empresas punteras en el mundo (sí, sí, ha leído usted bien, en el mundo) en energía eólica y solar térmica, con tecnología y patentes propias, una rara fauna en el escuálido panorama de la I+D española. Y en la solar fotovoltaica llegamos a tener hasta no hace mucho tiempo una de las principales fábricas de células solares del mundo (Isofotón, desgraciadamente difunta), que nació como un “spin-off” (empresa promovida por miembros de la comunidad universitaria y que basan su actividad en la explotación de ideas surgidas en la propia Universidad)de un centro público de investigación. Es decir, que las primas a las renovables no sólo lo son a energías limpias, sino que además favorecían (sí, en pasado) a unas industrias que generaban puestos de trabajo de calidad.

¿Les suena alentador? (si esta situación no se revierte, ocurrirá aquello que decía ese gran actor que se llama Rutger Hauer en su papel de jefe replicante en Blade Runner: “…todo se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia”). Y no está de más recordar que la energía siempre ha gozado de unos privilegios ciertamente singulares. Los lectores de cierta edad tal vez recordarán que en los años sesenta del siglo pasado, un ministro de obras públicas del régimen de Franco, Federico Silva Muñoz, se pasaba la vida acompañando a Su Excelencia inaugurando pantanos. Pues bien, las grandes centrales hidráulicas construidas en aquellos años fueron espléndidamente subvencionadas con cargo a los presupuestos del Estado. Y para terminar con éste apartado, conviene señalar también que las centrales térmicas de cogeneración (nada renovables, por cierto, ya que funcionan con el gas argelino) también gozan de cuantiosas y generosas subvenciones, de las que nadie parece acordarse.

Si el lector ha sido capaz de llegar hasta aquí, le queda por descubrir lo relativo a la parte variable del recibo, que es muy sustancioso. Esa parte se fijaba cada tres meses con la célebre subasta eléctrica. ¿En qué consistía? Todos los implicados en la cadena de la energía (producción, transporte y distribución) acudían prestos a ella. Tal subasta la organizaba una sociedad, Omel, que está en manos de las compañías eléctricas y de algunos bancos (¿qué tienen que ver los bancos con la electricidad?; buena pregunta. ¿Siguiente pregunta?). Sin entrar en pormenores, el asunto funciona como sigue: Red Eléctrica Española estima las previsibles necesidades de energía para un determinado período de tiempo, los productores de energía (es decir, los que la generan en una central hidroeléctrica, nuclear, eólica, térmica,…) presentan ofertas de venta de la misma, empezando por aquellas que ofrecen la energía más barata.

A continuación, los comercializadores responden con ofertas de compra de esa energía. En la subasta se realiza un ajuste entre oferta y demanda, hasta que se cubre la demanda total. El precio final, que es el que se paga a todos los productores por igual, viene determinado por la última oferta en ser aceptada, es decir, por la más cara. ¿Se han dado cuenta ustedes de dónde está el truco? Se lo explico en pocas líneas: las energías hidráulica y nuclear son muy baratas, ya que las centrales que las explotan se construyeron hace muchos años y la inversión está totalmente amortizada, de manera que entran en la subasta a costes muy bajos, siendo además un porcentaje muy apreciable del total (entre el 30% y el 60%, según la época del año).  Si el último en entrar en la oferta lo hace a un precio de, digamos, tres veces el de las primeras, éstas recibirán ese precio por la energía vendida, aunque les haya costado obtenerla la tercera parte de lo que reciben como retribución. Además, en el proceso de subasta también hay otro factor clave, el denominado mercado de futuros, con un componente especulativo enorme, de modo que en la fijación del precio intervienen elementos que nada tienen que ver con los costes de producción.

El resultado final, como seguramente ha adivinado el lector, es que el consumidor casi siempre pierde. Y lo ilustro con unos datos. En la subasta del primer trimestre del año 2009, el precio de la electricidad se fijó en 39 euros por megavatio-hora (€/MWh). Durante todo ese trimestre, el precio real no sobrepasó los 30 €/MWh, con un valle alrededor de los días de Semana Santa de 20 €/MWh; es decir, querido lector, que usted pagó la electricidad que consumió en esos días “valle” casi un 100% más cara que su precio real. La historia se repitió en el mismo período de 2013 cuando, en la Semana Santa, usted pagó la electricidad consumida a un precio un 180% superior al coste real, y durante todo el trimestre la diferencia fue cada día desfavorable para usted en unos porcentajes comprendidos entre el 10 % y el 35 %.Y es que, en los últimos cinco años, se ha repetido sistemáticamente la situación descrita, salvo durante brevísimos períodos de los veranos de 2011 y 2013, en las que hubo diferencias ligeramente favorables para el consumidor. ¿Le han devuelto a usted algo del exceso pagado? A mí tampoco.

Aquí termino, sufrido y seguramente enfadado lector. Ahora nos anuncian que esto ya no se va a repetir. A partir de junio, dicen que el precio de la parte variable se va a fijar al coste instantáneo y, por lo tanto, viviremos en el mejor de los mundos posibles. Pero no se haga ilusiones; los actores intervinientes en el proceso seguirán siendo los mismos. Y como sin duda se ha dado usted cuenta, en la energía como en los casinos, la banca siempre gana.

 

 27 abril de 2014, Diario Público.

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